De qué se ríen

Ágora UCM Senior

 

El comentario provocador

 

 

 

 

¿De qué se ríen?

 

La cara es el espejo del alma”, afirma el dicho popular. Una verdad a medias, como ponen de manifiesto algunas evidencias; ya sea el semblante de la Gioconda o la expresión gestual de muchos personajes públicos.

Tal sentencia de nuestro refranero –la cara es el espejo del alma- vendría sustentada, científicamente, en que la expresión de la cara no deja de ser sino el reflejo de un estado emocional interno expresado por nuestros músculos del rostro, y cuyo control es ejercido por el motor facial que reside en nuestro cerebro.

 

Así, con distintas expresiones en ojos, boca, párpados, cejas, etc, podemos trasmitir emociones o estados de ánimo como pena, risa, asco, miedo, tensión, confianza, etc. Es la gramática de la expresión facial. El lenguaje no verbal.

 

Sin embargo, para la correcta interpretación de este lenguaje, al igual que ocurre con los arqueólogos a la hora de interpretar el pasado, hay que tener en cuenta los contextos. El momento o circunstancias en que se produce, así como otras señales, ya sea del lenguaje corporal, el verbal y otras manifestaciones del lenguaje no verbal (pues la boca puede estar diciendo una cosa y los ojos otra).

 

En los primates, por ejemplo, sonríen mientras juegan y a veces es una señal de sumisión; es decir, a través de su expresión facial lanzan un mensaje unívoco. Por el contrario, en los primates más desarrollados (el sapiens-sapiens actual) las técnicas desarrolladas permiten simular e imitar la expresión facial de una emoción o estado de ánimo.

 

Conseguir que los demás traduzcan verazmente nuestras expresiones faciales ayuda a interpretar las emociones que queremos transmitir y fomenta la comunicación. Esto ocurre con los actores que, en un contexto (sujetos a un guión), serán valorados tanto en cuanto sepan interpretar y transmitir emociones a través de su lenguaje no verbal (expresiones faciales) y corporal (gestos del cuerpo), además del lenguaje verbal.

 

El problema viene cuando a quien hay que pedirle naturalidad y espontaneidad, es decir, que su cara sea el mejor indicador de los sentimientos que tiene, por el contrario, aprende y aplica ciertas técnicas de fingimiento para que su cara no le delate. Eso es lo que ocurre con muchos personajes públicos en la actividad pública, especialmente políticos.

Sicólogos, asesores en comunicación y en telegenia, adiestran en la técnica de cómo no emitir emociones propias, o a simularlas, a personas cuyo interés empresarial, social o político está en captar la voluntad emocional de otros, generando empatía, para ganar confianza y audiencia.

 

Así, vemos como algunos aprenden a interpretar y expresar, a través de la cara, emociones y estados de ánimo, poniendo cara de culpa (exclusivamente los pillados con las manos en la masa; diciendo: “lo siento”…), cara de pena, cara de disgusto o rabia, de felicidad, de superioridad moral. Todas ellas, interpretaciones adaptadas a cada contexto.

 

Lo que ya no tiene lógica, y sorprende, e incluso parece provocativo, es cuando el gesto entra en contradicción con el contexto (como cuando alguien se ríe en un funeral).

 

Hay políticos que tienen asumido que, para caer bien, tienen que sonreír permanentemente. Intentan así sustituir su poca personalidad y escaso carisma con una sonrisa o mueca facial. El problema deviene cuando los demás no sabemos a cuento de qué esa sonrisa en todo momento y, sobre todo, en algunos de los momentos. Por ejemplo: sonreír calificando de stock (mercancía) a los desempleados o al hablar del paro, de que no se va a subir el IVA y se hace lo contrario, cuando se recortan derechos con eufemismos, cuando se ponen de perfil ante casos de corrupción (con frases como: “todo es falso, …salvo alguna cosa”), cuando se anuncia que toda va a mejor, pero los sacrificios siguen. Todo acompañado de una mueca de sonrisa.

 

¿De qué coño se ríen? Acaso se puede confundir una sonrisa estúpida con intentar trasladar optimismo, cuando se está hablando de las dificultades por las que pasan muchas familias .

 

No hay motivos para la risa, cuando están aumentando las desigualdades en España. Según el informe anual sobre la riqueza mundial del Credit Suisse, el número de millonarios con fortunas superiores a un millón de dólares aumentó en España un 13%, entre 2012 y 2013; al mismo tiempo, la pobreza severa (vivir con menos de 307 euros al mes) se ha duplicado, afectando a más de tres millones de personas, según los informes FOESSA y el observatorio de la realidad social de Cáritas.

 

No hay motivos para la risa con 5,89 millones de parados (EPA). Y con una política económica que no da para el optimismo que se vende pues, a pesar de los sacrificios, el gran esfuerzo de la sociedad sólo ha servido para volver a los mismos niveles de mayo de 2010 en la prima de riesgo (mérito del BCE), la deuda crece sin parar y el déficit sigue sin cumplirse (por más que se diga lo contrario). ¿Dónde está la eficacia de la política económica?

No hay motivos para la risa cuando se descapitalizan los servicios públicos, se quiebra la igualdad de oportunidades y la parte rentable de éstos servicios se transfieren (o se intenta) al negocio privado. Y cuando algo deja de ser negocio, o es el resultado de despropósitos, se socializan las pérdidas (ejemplo rescate de las autopistas). A los ciudadanos no se nos rescata (se utilizan eufemismos como reformas estructurales, ERES, o procedimientos de ejecución hipotecaria) se nos envía al paro o la calle por desahucio. Por el contrario, el resultado negativo de la avaricia y la sin razón de banqueros y empresarios, por responsabilidad, se premia con el rescate institucional.

No hay motivos para la risa con una política de consolidación fiscal (austericidio) cuyas consecuencias son que las rentas bajas y medias han experimentado una mayor reducción de ingresos (estudio sobre el empleo y la situación social publicado por la Comisión Europea). En España el aumento del IRPF y el IVA ha supuesto 4 puntos, del 16% al 21%, y la equidad brilla por su ausencia. Más del 70% de los ingresos tributarios provienen de los trabajadores sujetos a nóminas, mientras que los grandes patrimonios suelen tributar al 1% o incluso nada (a través de sociedades pantallas o paraísos fiscales). Y las empresas tributan (en 2012) a un tipo real del 11,6% sobre sus ganancias contables frente al 26% de la media de la eurozona. De la anunciada reforma fiscal, para llorar (será objeto de comentario en su momento).

No hay motivo para la risa cuando la educación se deteriora, la justicia igual, con retrocesos importantes en derechos y libertades (las restricciones a la justicia universal es de juzgado de guardia), cuando la corrupción es cosa de otros. Cuando los responsables de burbujas que hemos pagado los demás ya están preparando otras, y cuando la política económica, en lugar de mirar hacia un crecimiento sano, cuya prioridad sea reducir el desempleo, que tenga en cuenta la distribución de la renta, la igualdad en derechos y oportunidades y un desarrollo respetuoso con la naturaleza, lo que hace es estar supeditado al protagonismo del mundo financiero, el aumento de la especulación y de una deuda que no para de crecer. Por no hablar de esos nuevos nacionalismos que son capaces de llevar a países al precipicio. Y la oposición ni está ni se le espera, con algunos dirigentes más preocupados por sus intereses que por los intereses del país.

¿Entonces? ¿De qué se ríen?

 

¿Acaso se ríen porque no pueden controlar los músculos faciales, o porque realmente están consiguiendo lo que quieren?

 

Y para dejar claro que no se pretende una generalización, decir que no todos los políticos son iguales y que la mediocridad de nuestros políticos no es irreversible. Igualmente, esperar que la desafección hacia la política no nos conduzca a aventuras populistas, pues, las soluciones a los grandes problemas han de venir de la política democrática. Eso sí, una política mejor con políticos mejores.

 

 

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