¿Lo estamos viendo venir?
De vez en cuando, ¿quién no se hace preguntas sobre futuribles? Es decir, aquellas del tipo: ¿Qué hubiera pasado si hubiera ocurrido esto…, o lo otro? Algo que los historiadores rechazan -y con razón- pues, cambiando los supuestos, difícilmente son predecibles los nuevos desarrollos.
Por tanto, partiendo de que la historia es la que es, y no admite intentos de modificación alternativa, no obstante, sí se puede –y se debe- extraer algunas lecciones de los procesos y acontecimientos ya vividos. Pues, sólo teniendo una visión clara de dichos procesos podremos prevenir o resolver algunas cuestiones del presente y del futuro.
Hoy casi nadie duda, excepto propagandistas interesados y manipuladores de la historia (pues de todo hay), que nuestra crisis, al igual que en el resto de países, fue consecuencia de la que se inició en junio de 2007 (con las subprime en EEUU) y, especialmente, a partir de la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008; momentos en los que el mundo estuvo abocado a la amenaza de un enorme colapso financiero. Evidentemente, de no haber ocurrido esto, no sabemos qué hubiera pasado en nuestro país y cuál sería hoy nuestro nivel de empleo y de bienestar.
Lo mismo se podría decir de nuestra actual recuperación, si la Unión Europea y el Banco Central Europeo no hubieran emitido un mensaje firme en defensa del euro acompañado de una liquidez que inundó los mercados. Por más que algunos se lo quieran atribuir como mérito propio.
Con esto, la pretensión no es otra que la de señalar la absoluta interdependencia de nuestra economía con la economía mundial. La globalización.
Así, durante la crisis, hemos visto cómo se han ido adoptando resoluciones, tanto por el gobierno anterior como por el actual, en base a decisiones de otros. Las políticas de austeridad y sacrificios, la reforma laboral precarizando el mercado de trabajo, reducir las pensiones o subir los impuestos, eran decisiones –se nos decía- exigibles por la Comisión Europea, el BCE, el FMI o los sagrados “mercados”; como única forma de salir de la crisis y poder obtener el rescate para nuestro sector financiero (verdadero causante de los problemas), en lugar de rescatar a las personas.
Es decir, por activa o por pasiva, vemos que hay un reconocimiento explícito de que el origen de un problema pueden estar lejos de donde se producen sus peores o mejores consecuencias y que las decisiones también se pueden tomar en lugares distintos de donde se aplican algunas de las medidas.
Esto es la globalización: el nuevo paradigma que, entre otras cosas, implica el que cuestiones que nos afectan como personas, en nuestra vida cotidiana, en nuestros propios proyectos vitales y de futuro, son consecuencia de decisiones lejanas y de otros; están fuera de nuestro control y casi del control de nuestras instituciones propias.
Estamos hablando de cómo las nuevas formas de producir y competir, la rentabilidad y productividad del capital financiero en un mercado global, son cada vez más exigentes, menos identificables y más globales. El capital sólo busca el máximo beneficio y las nuevas reglas de mercado son dictadas por élites financieras y de poder (sin legitimidad democrática); élites y decisiones que trascienden a los Estados nación.
De tal forma que, cada vez más, somos eslabones en una nueva cadena económica global que se rige por una lógica sistémica y cuyas actuaciones afectan a la actividad económica, la convivencia y a los propios sistemas democráticos (cada vez más “líquidos”).
Vemos cómo, ante crisis sistémicas provocadas por esa lógica y los fallos del propio mercado, se imponen recetas desde organismos ajenos a los países destinatarios; recetas que estrangulan el crecimiento, traen grandes sacrificios, recortan el bienestar y generan desigualdades, al tiempo que los Estados van perdiendo el papel y competencias que tenían antes.
A diferencia de otras épocas, se están produciendo cambios y transformaciones que producen fuertes desequilibrios sociales e introducen grandes incertidumbres e inseguridades para la mayoría de las personas, pero sin alternativas, sin medidas que contrarresten esos nuevos efectos. Un mundo de harta complejidad con problemas cada vez más complejos.
Todos los cambios (desde la primera revolución industrial) han traído desajustes sociales, corregidos en parte por el Estado nación para garantizar la convivencia; es el origen del “contrato social” y del desarrollo del Estado social y de derecho. Sin embargo, el nuevo capitalismo financiero de la globalización está alterando seriamente la lógica de actuación anterior pues sus recetas y ajustes, sin equilibrios, están deteriorando no sólo el Estado social, también están afectando a la democracia y a la pervivencia de los propios Estados.
Las perturbaciones sociales reflejados hoy en desempleo, pobreza y desigualdad, provocadas por decisiones “deslocalizadas” de un capital que no tiene patria ni corazón y que cuestiona, en muchos casos, la soberanía y las propias libertades, dejan a los Estados cada vez más sin instrumentos para cumplir sus funciones de garantizar la convivencia, el “contrato social”, y el bienestar de los ciudadanos.
Esta incapacidad de los Estados nación y sus instituciones de tener control sobre las fuerzas de ese mercado de la globalización y centros de poder múltiples y variados (poliarquía) que toman las decisiones por otros y sobre otros, junto a la mediocridad de dirigentes incapaces de dar respuestas satisfactorias a los problemas de las personas, es lo que trae la desafección ciudadana y las crisis de confianza político-institucional. Además de la actitud poco ejemplarizante de algunos en el ejercicio del poder, véase los casos de corrupción y actitudes preñadas de la cultura del egoísmo, en la que prima el interés personal por encima del interés general.
De no evitarlo, la conjunción de estos elementos están incubando una “ciclogénesis” social que, de estallar, se llevará por delante los pilares de nuestra convivencia, del Estado de bienestar ya reducido y de la democracia representativa. Mientras tanto, algunos siguen a lo suyo, con el ¡qué hay de lo mío! o contribuyendo al desmantelamiento del Estado social y el debilitamiento de los pilares básicos del Estado, desde las privatizaciones, rebajas de impuestos y medidas que ahondan las desigualdades sociales. Otros, se envuelven en banderas identitarias y poses ideológicas, para ocultar la visibilidad del conflicto social.
¿La transformación social a la que estamos abocados implicará la aceptación de la desigualdad y la desaparición del Estado nación y su organización democrática? ¿Acabará chocando la desigualdad del capitalismo financiero con la lógica de la igualdad de la democracia? ¿los nacionalismos y ambiciones económicas o territoriales pondrán en riesgo la convivencia?
Esperemos que no nos pase lo que nosotros vemos al estudiar periodos históricos, como la primera Guerra Mundial, cuando decimos: ¿Cómo no lo vieron venir?
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